Prólogo
Esta es la historia de un viaje en bicicleta por Europa.
El recorrido sobre el mapa traza una línea de norte a sur, desde Colonia hasta Barcelona, pasando por Bruselas, París, el centro de Francia, el sur de Francia, el Mediterráneo y Cataluña. A veces se desvía más hacia el oeste, otras más hacia el este, pero casi siempre avanza hacia el sur.
El trayecto del texto, en cambio, es distinto: también es una línea, pero con más subidas y bajadas, con más vueltas, idas y venidas, atajos, escapes, puentes. Es una avalancha y un enjambre.
Este es un viaje por Europa, pero también por todo lo que ya habitaba en el viajero, en su cabeza, y que un continente tan lleno, tan estimulante como Europa, desencadena.
Este libro es el relato de un viaje. Y su escritor espera que quien lo lea, desde donde sea que esté, también pueda disfrutar de viajar.
Santiago
Julio, 2025
PARTIR
Cualquier lugar
Santiago a Barcelona
Y me costaba dormir, y cuando al fin pude, al rato tuve que despertar, porque me daban la comida y no la iba a dejar pasar, y comí y fui al baño, y cuando pude caminé, y siempre que pude me levanté, porque una de mis rodillas, que casi siempre choca con el asiento delantero, no aguantaba más, y volví a intentar dormir, y dormí pero de nuevo tuve que despertar, y así fue varias veces, y cuando me dormí, al rato ya no podía dormir más, porque ya habíamos llegado y había que bajarse del avión, y tenía que ser rápido, muy rápido, porque yo tenía una conexión a Barcelona, en seis minutos más.
Y ya era el otro día, 24 de febrero, 2025, verano en Sudamérica, invierno en Europa, y eran las últimas horas de la madrugada, y ya casi amanecía, pero en mi cuerpo aún era medianoche y esa sensación era rara.
Y bajé del avión y adiviné para donde partir, y seguí gente que creí que iba donde yo tal vez debería ir, y pregunté, acelerado, y recibí instrucciones en francés, o en un inglés con un fuerte acento francés, y subí y bajé y volví a subir escaleras y pasar pasillos, pasillos elegantes, en un aeropuerto enorme, y todo apurado, como todo el mundo, y sin saber si llegaré a mi próximo vuelo, que salía en menos de cuatro minutos, y todo estaba lleno de gente y toda la gente estaba apurada y cansada, y yo también estaba apurado y cansado.
Y me encontré en la aduana, en la fila para que revisen mi mochila de mano, con un chileno alto, calvo y tal vez más joven que yo, que me dice que una vez nos vimos mientras caminábamos por el lago Vidal Gormaz, al final del Valle de Cochamó, en otro viaje, en una expedición con mochila al hombro, hace unos 3 años, y que esa vez yo le saqué una foto y en la conversación él me recuerda, en medio de la fila, él con calma porque sí tenía tiempo y yo con nervios porque no tenía tiempo, que yo le había enviado esa foto por WhatsApp, y yo recordaba ese viaje y recordaba haberle sacado esa foto, y recordaba esa foto, pero no habérsela enviado por WhatsApp, y me hace saber que lo agradece, que agradece haber recibido esa foto de mi parte, y me despido de ese chileno, de buena vibra, que se va a trabajar un año a Italia, y que ya no pololea con la chica que lo acompañaba en esa foto, que vi por segunda vez y que tal vez no vea nunca más.
Y yo ahora acá, en el Aeropuerto Charles de Gaulle, en París, y que sea al fin mi turno para entrar oficialmente a Europa, y que haya sido tan fácil y tan rápido entrar, y que haya sido solo mostrar el pasaporte y en el acto recibirlo de vuelta, con una cara de aprobación de la oficial francesa, como diciendo Pasa y avanza rápido, que con tanta gente llegando tengo mucho trabajo y no doy más, y yo que había preparado hasta un resumen en cuatro idiomas y una carpeta con todos los documentos posibles para mostrar.
Y entonces entré oficialmente a Europa, y corrí mucho y me agité, y corrí aun estando muy agitado, y subí escaleras y pasé pasillos y más pasillos, aun corriendo, porque mi próximo vuelo ya se iba, y llegué a la puerta donde salía mi vuelo, y mi vuelo ya se había ido.
Barcelona
Barcelona
Y el piloto nos pedía que nos alistemos para aterrizar, y vi, en el vuelo al que me subieron como compensación por el retraso y la pérdida de mi conexión original, al despertar de un sueño involuntario y pesado, a Barcelona desde el aire, y reconocí, en su casco histórico, a la Sagrada Familia, destacada entre edificios antiguos, y vi los montes verdes que rodean la ciudad, y vi las playas y las costas, y el mar que la perfila y le da aire y la hace ver como una ciudad donde se puede respirar, y vi montes verdes, ciudad antigua, playa sinuosa y mar abierto, y creí que lo que veía desde el aire era una broma, y cerré los ojos y seguí durmiendo, y llegué al aeropuerto El Prat Josep Tarradellas, y sentí una emoción especial por saber que estaba donde estaba, en Europa, en Barcelona.
Y aún sin haber visto nada —porque no quería contar esa vista medio dormido que tuve desde el aire, que parecía broma— me subí a un bus de acercamiento y entré al metro, y me entretuve tratando de llegar al hostal que reservé, descifrando las líneas de metro y de tren y de tranvía y de bus y de todos los transportes y de todas las opciones de transporte, que son un montón, porque acá personas y lugares y formas de desplazarse hay un montón.
Y después de un buen rato y de ir y venir y perderse y seguir y leer y escuchar español y catalán y más idiomas, salí del metro hacia afuera, hacia la ciudad, y caí en la cuenta de que, desde los aviones y los aeropuertos y las escaleras y los ascensores y los buses de acercamiento y los vagones de metro, no había dejado de estar moviéndome en espacios cerrados que podrían ser de cualquier lugar.
Y después de todo esto salí, de un tirón, desde abajo de la tierra, a la ciudad, al medio de la ciudad, a la luz del día, y no creí lo que veía, y menos donde estaba, en Europa, en Barcelona, y yo que hace unas horas estaba en Chile, en Santiago, y hace menos horas estaba en aviones y aeropuertos y escaleras y ascensores y buses y metros y espacios cerrados que podrían ser de cualquier lugar, y ahora yo acá, lejos, casi sin haber pisado antes la tierra, en medio de Barcelona, en su vida normal y cotidiana, en un lugar que hace años conocía, y pensé que sí, que luce como lo imaginaba, y me sentí especial.
Y llegué al hostal, y para mí era el mejor barrio y en el mejor lugar, cerca de Plaza Catalunya, en medio de la ciudad medieval, y dejé mis cosas lo más rápido que pude y rebotando de adentro para afuera, volví a salir a pasear.
Y era mi primer día en Europa, en Barcelona, y no quería dormir y quería caminar, y caminé mucho y vi la ciudad medieval con sus callecitas laberínticas, y vi la ciudad vieja con sus edificios monumentales, y vi a la Sagrada Familia y su estilo lúdico, y no podía parar de sacar fotos y caminé por barrios bohemios, de calles chicas y de bares y de talleres de oficios, y vi gente trabajando en los talleres de oficios y me perdí cada vez más en la ciudad, y la ciudad era amable y estimulante para caminar.
Y se hacía de noche, y más por deber que por querer, más por necesidad que por voluntad, volví al hostal y al acto, al meterme a la cama, porque mi cuerpo sí lo necesitaba, me dormí.
***
Y desperté un poco más tarde, pero no tanto como para no salir de nuevo, porque seguía impresionado de estar acá.
Y dejé mi bolso con todas sus cosas para viajar en bicicleta en la custodia del hostal, y al levantarlo sentí una corriente de dolor fulminante en mi espalda, y mi espalda quedó inútil, y con suerte podía estar de pie, y no me importó, y con lumbago y todo salí igual a caminar.
Y caminé erguido para controlar el dolor de mi espalda, para no usarla, y caminé y caminé y llegué a la playa y vi la Barceloneta y los barrios de la costa, más amarillos y naranjos y rojos y con ropa y sábanas colgadas en los balcones de los edificios, y los barrios eran más caóticos y lindos, y el tiempo estaba también lindo.
Y quería seguir más, en la playa y en los barrios de la playa, pero tenía que volver al hostal y tomar mis cosas y volver al aeropuerto para volver a volar.
Y pensé que Barcelona es fascinante y me gustó que Barcelona sea la ciudad que me haya dado la bienvenida y que además sea la ciudad que me despedirá en el día final de este periplo por Europa, que sea la entrada y la salida de mi plan.
Y este es mi plan: Atravieso Europa de sur a norte, desde Barcelona a Colonia, en avión, para ver a Francisco, y en Colonia recibiré la bicicleta alemana que compré desde Santiago hace unas semanas, de forma online, y viajaré con Francisco en bicicleta desde Colonia a Bruselas, donde veré a Margarita, y desde Bruselas iré, ya sin Francisco, en bicicleta, a París, a ver a mi prima Natalia, y desde París llegaré solo hasta Barcelona, hasta acá.
Y todo el periplo desde Colonia, desde Colonia hasta acá, será en bicicleta, y eso mismo, viajar así, en bicicleta, por este continente, es lo que más me emociona, porque poder viajar en bicicleta me emociona acá y en cualquier lugar.